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Este cuento es la historia de un hombre, pero este no era un hombre como los que tu conoces, no, esta es la historia de un hombre que retó a los dioses, y el terrible resultado que eso le trajo.
Había una vez un pequeño poblado en Italia, el tiempo es indeterminado en esta leyenda, lo que sí es claro es que tenemos que irnos a un 1 de abril, este día nació un niño, Krizo era su nombre y fue dotado con un don hermoso, era un prodigio para música, creció y su don se acentuó con prácticas de violín y piano, los instrumentos que más le gustaban. Ya desde pequeño tenía una gran vocación, y muy curiosa pues se manifestó a una temprana edad, él quería ser abogado, incentivado en parte por su abuelo, un juez.
Como su familia no tenía tanto dinero como se requería para sus estudios tuvo que trabajar, ¿En que trabajó? Pues la respuesta es clara, trabajó como músico para distintas personas, poco a poco se fue ganando un nombre en el mundo y llegó el momento en el que toda Italia conocía al "Prodigio rizado", que fue el nombre que le dieron por su inusual pelo afro. A la edad de 20 años empezó formalmente sus estudios de derecho, acabó con 25 años y ese mismo año pudo empezar a ejercer en el mismo lugar que su abuelo. Durante los siguientes 6 años trabajó como abogado, forjando un vínculo especial con su abuelo, pero nunca dejó de lado la música, pues era algo que disfrutaba y también que hacía bien.
Un día llegó a su casa y se encontró a sus padres, su madre lloraba y su padre trataba de disimular el dolor, no lo suficientemente bien, el abuelo de Krizo había muerto, dejando como herencia para este una de sus posesiones más preciadas, su bastón morado que ocultaba una hoja de esgrima que Krizo atesora como si fuera oro.
En una ocasión llegó a su pueblo una especie de "troupe" circense, había un hombre forzudo, una señora muy gorda, un hombre de aspecto atlético y uno que tenía más pinta de muerto que de vivo, entre otros, pero entre todos destacaba uno por su actitud egocéntrica y narcisista, este hombre parecía conocer a Krizo, pues fue directo a hablar con él.
"¿Crees que tocas mejor que yo?" dijo el hombre dándole una lira.
"Creo que toco mejor que mucha gente" respondió Krizo tomando la lira y comenzando a tocarla para ver si estaba afinada o no.
Poco más de un minuto pasó cuando Krizo le entregó la lira de nuevo a su dueño, este se negó y volvió a dársela.
"Demuestra tu maestría musical famosa en todo el país" dijo.
"Dame una partitura para que lo haga" respondió desafiante.
"¿La necesitas?" dijo inmediatamente, casi pareció que había predicho su respuesta.
"Depende de lo que quieras escuchar" con cada respuesta de uno más y más gente se ponía a su alrededor.
"Tengo una idea mejor, en dos días mi grupo y yo nos iremos a las montañas, antes de nuestra marcha nos batiremos en un duelo para ver quien toca la mejor pieza. Te dejaré componer algo" apuntó mientras se daba la vuelta y caminaba hacia los de su grupo, no hizo falta que asintiera o dijera "Lo haré", pues su mirada lo decía todo.
Volvió a su casa, vivía solo y apartado del pueblo para no molestar con su piano, ni su música en general, y también para estar en silencio cuando quisiera tocar o trabajar. Practicó varias canciones complejas y también las que mejor sabía, y aún así tuvo tiempo para componer una breve pieza.
Llegó el día del enfrentamiento, en la plaza central del pueblo se había habilitado un pequeño escenario para que ambos se subieran a tocar música. Ambos eligieron un único instrumento para tocar, Krizo su violín y el hombre desconocido eligió su lira, que hasta el momento había guardado el abogado. Pasaron dos horas mientras tocaban y era el pueblo quien votaba, llegó la "última ronda" y Krizo decidió tocar su propia composición, pero cedió el paso al desconocido, pues daba por asegurada su victoria si tocaba su pieza, el orgullo no era una de sus cualidades, pero se sentía genuinamente seguro.
Sintiendo eso como una falta de respeto el hombre empezó a afinar su lira y empezó a tocar la canción de Krizo, este, atónito lo miró y luego al público, les estaba encantando, ¿Que podía hacer ahora? Se puso más nervioso en ese momento que en cualquier otro momento de su vida, más que en cualquiera de los casos que había llevado como abogado.
Cuando el contrario acabó Krizo le lanzó una mirada de desprecio que el público no pudo apreciar, y tras eso dibujó en su rostro una sonrisa, se giró al público y empezó a improvisar, no era la primera vez que improvisaba frente a público, y menos uno tan "ignorante", musicalmente hablando. El hecho de que improvisara sorprendió al anónimo que incluso aplaudió cuando este terminó. Acercándose a él.
"Has estado muy bien... Admito mi derrota" dijo con una sonrisa un tanto siniestra. Como respuesta el italiano tan solo asintió y dejó el escenario.
La gente del pueblo insistió en hacer una fiesta para celebrarlo, pero Krizo no dejaba de darle vueltas al asunto, todo le parecía muy raro. La fiesta se alargó hasta bien entrada la noche y cuando Krizo ya se iba a su casa pudo vislumbrar el amanecer, "Se ha hecho demasiado tarde", pensó, pero no, la verdad es que ese amanecer no era el natural, y pudo escuchar poco después de ver la luz unos caballos galopando, miró en todas las direcciones, ¿De dónde venía ese sonido? ¿Por qué estaba cada vez más cerca? Lo comprendió cuando volvió a mirar al sol, no era el sol, ni siquiera estaba mirando hacia el este, era un carro tirado por caballos, y uno que conocía por haberlo estudiado en la escuela, estaba frente al carro de caballos de Apolo, el dios del Sol y las artes, entre otras cosas.
Reconoció su cara, era el hombre sin nombre que lo retó, era... ¿Un dios? El carro paró frente a él y le animó a subir, luego comenzó de nuevo el galopar de los caballos, se dirigían al Olimpo, Apolo lo dejó claro cuando Krizo subió a su carro. Una vez allí lo acompañó hasta la zona donde su padre descansaba, el imponente Zeus, rey de los dioses y dios del rayo, también reconoció su cara, él era el hombre forzudo de aquella "troupe", Apolo le dijo a su padre que el mortal, Krizo, se había ganado sus respetos, y quería concederle un deseo. Zeus dio una pizca de su poder a su hijo para hacerlo capaz de realizar el deseo.
— "¿Qué deseas?"
— "Nada realmente... ¿Debo pedir algo ahora?"
— "¿No hay nada que quieras..? Puedo hacer cualquier cosa..."
— "Bueno... ¿Puedes resucitar a alguien que no está entre los vivos?" el pensaba en su abuelo.
— "Claro que puedo, y conceder una vida eterna también"
— "Perfecto, pues quiero eso..." no le dio tiempo a acabar, Apolo le había lanzado un rayo de luz verdoso que lo había envuelto por completo.
— "Deseo concedido"
— "¿Que? ¿Como que deseo concedido?"
— "Has dicho 'perfecto, quiero eso' después de que yo dijera que puedo conceder la vida eterna, no has sido suficientemente claro" rió en tono burlón mientras hacía un gesto con sus manos, llamaba a sus caballos.
— "No, pero yo..." estaba destrozado por dentro, realmente creía que había sido su culpa, y no que había sido víctima de un engaño fruto de la divina figura.
El dios lo había engañado y llevado de vuelta a su casa.
Los años pasaron y nada cambiaba, la vida eterna no parecía hacer efecto pues su piel se arrugaba, envejecía, pero...
Su cuerpo envejecía, pero solo físicamente, ya que no había perdido movilidad o capacidades físicas. El día que se dio cuenta de lo que pasó fue un día que estaba rememorando lo sucedido, Apolo había jugado con él, lo había engañado y le había dado vida eterna, pero no a su cuerpo, a su alma.
Y por eso solo queda de su cuerpo los huesos, que por algún motivo no se deterioran, la razón es que ahora su alma es eterna.
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